Roberto Arlt, nuestro maestro en el arte -tan incomprendido- de la columna impertinente, aconsejaba a uno de sus lectores: «Amigo: hágase una base de sinceridad y, sobre esa cuerda floja o tensa, cruce el abismo de la vida con su verdad en la mano. Va a triunfar. No hay nadie, absolutamente nadie, que pueda hacerle caer». También decía que el único discurso de un político que tendría éxito debía ser el siguiente: «Para robar se necesitan condiciones que no tienen mis rivales. Se necesita ser un cínico perfecto, y yo lo soy. Se necesita ser un traidor, y yo también lo soy porque sé venderme oportunamente, no desvergonzadamente, sino evolutivamente. Abarquen la magnitud de mi sacrificio y se darán cuenta de que soy el perfecto candidato». Fin de la cita. Tanta sinceridad no parece ser la norma entre los próceres de la Marisma, que desde que se levantan -si es que han dormido- hasta que se acuestan -si es que se han levantado- nos regalan ogni giorno un caudal de falsedades que nada tienen de piadosas y mucho de interesadas. Ninguno sigue la senda virtuosa.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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