G.K. Chesterton, ese prodigio de la agudeza, publicó en 1911 en las páginas de The Saturday Evening Post un relato breve –The Invisible Man– cuyo protagonista es un cartero asesino que reparte las facturas, los mensajes comerciales y las epístolas íntimas –“cartas y venían”, dice una vieja canción de amores contrariados– con un uniforme tan llamativo que, a fuerza de omnipresente, termina por convertirse en imperceptible gracias al indestructible poder de la costumbre. “Nadie se fija en los carteros y, sin embargo, tienen pasiones como los demás hombres, y a veces llevan a cuestas sacos enormes donde cabe muy bien el cadáver de un hombre de pequeña estatura”, escribe el autor británico en su serie dedicada al Padre Brown. En efecto: muchas cosas no son como parecen. Sobre todo en política, el arte de la simulación social. Si el éxito de un crimen depende de que la víctima no se despierte demasiado pronto, la batalla que libran la España interior y el Levante Peninsular por garantizarse el león de los hipotéticos fondos europeos para acelerar la construcción de los tramos pendientes del Eje Ferroviario de Mercancías en sus respectivos territorios no se entiende sin tener en cuenta determinadas pulsiones que, sólo en segundo término, adquieren una traducción política
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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