Pessoa escribió que “la nostalgia no reside ni en el pasado ni en el futuro”. Acaso –añadimos nosotros– habite en el corazón. Cumplido el treinta aniversario de la Expo 92, podríamos decir lo mismo del tango –veinte años (más diez) no es nada– o maravillarnos por haber sobrevivido al tiempo, ese asesino silencioso. Ninguna de ambas cosas sirve de ayuda a la hora de hacer un balance sobre las tres décadas transcurridas desde la transformación de Sevilla a cuenta de la Muestra Universal. La nostalgia es un sentimiento subjetivo y, aunque a muchos les sirva de consuelo, los recuerdos del ayer no salvan a nadie del presente. En eso consistió la Expo. En imaginar una Sevilla distinta y una Andalucía más próspera. Ideal. El tiempo ha tornado aquellos anhelos en sombras difusas. Y, aunque nadie en su sano juicio (costumbristas aparte) pueda decir que la ciudad previa al 92 era mejor, el realismo dibuja un panorama distinto al que se trazó.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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