La calamidad, hija del desastre, pariente de la desgracia, adopta a veces el rostro impertinente de la sonrisa. Carcajearse en mitad de una tragedia o un entierro es una forma, como otra cualquiera, de compadecernos por lo que no podemos impedir ni controlar, como la muerte. Una suerte de descargo de conciencia. Que con el crecimiento exponencial de contagios que vivimos desde el verano en la Marisma, donde no se están haciendo las cosas nada bien, el Parlamento de las Cinco Llagas apruebe un documento de «reconstrucción» de la República Indígena por el coronavirus, que no se ha ido, sino que persiste, debe recibirse no ya con esperanza -no nos queda- o con optimismo, que es el engaño de los ingenuos. Corresponde encajar la noticia como una broma mayúscula, superlativa.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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