Una indudable ventaja de las democracias es que las jornadas patrióticas se ventilan con un día festivo en el que casi todo el mundo -si puede- hace lo que le viene en gana: irse a la playa, poner la chimenea, salir a almorzar o, sencillamente, sestear. Lo que se celebra estos días no es la patria, esa convención social, sino la libertad de no tener que estar atado por fuerza a ninguna bandera, himno o cornetín. Uno de los signos de la evolución de la sociedad española durante las últimas cuatro décadas es que hemos pasado de las juras de bandera -ese acto tan marcial y castrense- a los bostezos (tolerados) frente a la enseña. No es que nos haya salvado de nosotros mismos, pero, al menos, no nos ha hecho peores. Ya es algo.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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