Igual que una ciudad son sus plazas, un Estado consiste básicamente en sus servicios públicos. Preferentemente, tres: sanidad, educación y asistencia social. Estas políticas son las que justifican los impuestos y la molesta existencia del gobierno, sobre todo si está poblado por clanes familiares. Todos los demás atributos de la Santa Patria -las banderitas, los himnos y los estatutos- no son más que patrañas gracias a las cuales viven un ejército de diputados, cargos de confianza, pesebristas y demás ralea propia de la Marisma. En la República Indígena estamos viendo -y viviendo- desde hace cinco años un espectacular deterioro de los servicios esenciales. Hace falta dinero -el mismo que sobra para otras cosas-, ha crecido la demanda y los profesionales -aquellos que sí defienden con su trabajo este patrimonio colectivo- no dan abasto. Por desgracia, no son la mayoría, sino una excepción.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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