Los trotskistas, esos poetas insensatos que defienden la teoría de la revolución permanente, tienen una cualidad única: nunca llegan a nada en política porque su purismo los conduce, de forma irremediable, a la división constante. Vargas Llosa lo explica, con los argumentos infalibles de la ficción, en Historia de Mayta, la novela que cuenta una revuelta campesina en Jauja, una localidad de la sierra andina, en aquel tiempo casi prehistórico en el que en el Perú existían setenta partidos marxistas-leninistas arrogándose ser representantes de la ortodoxia roja. Aquellos ingenuos, entre los que había ignorantes, santos, laicos, dogmáticos y asesinos, ignoraban –escribe el Premio Nobel– que “la revolución es una larga paciencia, una infinita rutina, una terrible sordidez, las mil y una estrecheces, las mil y una vilezas”.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
Deja una respuesta