Una de las peores consecuencias de la pandemia, que lleva meses matando a más gente de la que nos cuentan y desmintiendo la carísima e inútil propaganda de gobiernos, autonomías y demás ralea –llámenle ustedes autoridades, si gustan–, es la invasión constante del poder gubernativo en la vida cotidiana e íntima. Por nuestro bien, por supuesto. Que un policía te obligue a cumplir una normativa parece un acto razonable. Y lo es. El misterio es la razón por la que ese mismo agente no hace exactamente lo mismo el resto del año. Desde luego, no es por falta de trabajo: tenemos normas para las vidas que, por falta de tiempo, no viviremos.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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