Las posiciones, en política, son relativas. Igual que en el ajedrez, donde las piezas de cada uno de los ejércitos avanzan o retroceden según sea la posición del contrario y la conveniencia de cada instante. En el damero del poder, la supervivencia vale mucho más que la coherencia. Así se explica la conversión entrecruzada que los dos grandes bloques políticos en Andalucía –las derechas del tripartito y las izquierdas (desunidas) que forman el PSOE, Podemos e IU– viven desde las vísperas de la investidura de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno.PP, Cs y Vox se han pasado al andalucismo feroz, aunque los ultramontanos, más que las tradicionales enseñas verdes y blancas, agitan la bandera de España. Los socialistas, tras cuatro largas décadas de patrimonializar (a su favor) los sentimientos y las instituciones autonómicas, callan y otorgan una confianza ciega al experimento del nuevo Gobierno, donde –lo dicen con ánimo de tranquilizarse sobre todo a sí mismos– “hay cinco ministros del Sur”. Podemos e IU, unidos en la marca Adelante Andalucía, tienen una posición confusa: reclaman la atención del Ejecutivo para atender los problemas regionales pero centran todas sus críticas en el Gobierno andaluz. Una paradoja que únicamente puede explicarse por su incapacidad para fabricar nuevos argumentarios y por la crisis interna que vive la formación que dirige Teresa Rodríguez, que ha quedado políticamente aislada –la líder de Adelante Andalucía es de la corriente anticapitalista y no era partidaria de que Podemos entrara en un gobierno con los socialistas– y a la que ahora le mueven la silla los militantes más ortodoxos de Podemos.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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