Un fanático, según Voltaire, es alguien que cree que su ideología es una religión infalible. La definición casa con los principios generales del susanato, cuyos actores esenciales -incluida la Reina (de la Marisma)- confían en escapar del dictamen de las mayorías igual que los católicos aspiran a vencer a la muerte: sólo con la voluntad. Tras el Congreso Federal, que ha entronizado a Sánchez, el militante de la mochila, los susánidas siguen con graves problemas para digerir los cantos rodados de la realidad, ese látigo violento. Lo hacen entre lágrimas (de cocodrilo) y con el desagrado propio de una derrota entre hermanos, las más amargas que existen. Basta leer la Biblia para saberlo: no hay enemigo más hostil que tu semejante.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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