La justicia, que según la alegoría clásica es una mujer que sostiene una espada en una mano, lleva una balanza en la otra y tiene los ojos vendados, es –y debe ser– ciega. Según los hermeneutas mitológicos, esta imagen simbolizaba la ausencia de condicionantes que debía prevalecer a la hora de emitir cualquier sentencia. No está escrito en ningún sitio que también pueda ser contradictoria y voluble. Y, sin embargo, lo es. Basta ver el caso que esta semana ha obligado a dimitir –tras una imputación formal– al presidente de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), Vicente Fernández, un alto cargo de la Administración del Estado que, antes de acceder a este puesto, hizo una carrera triunfal como funcionario de élite en la Junta de Andalucía, pasando por distintas consejerías, empresas públicas y organismos como la Agencia Tributaria. Entre 2012 y 2016, durante los gobiernos de Susana Díaz, fue número tres del departamento de Energía, antes de ocupar la Intervención General, el órgano máximo de control económico de Andalucía.
La juez Alaya y el Caballo de Troya
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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