«Si la Biblia no está equivocada,/el mundo va a reventar/La gente está loca, corren tiempos extraños/Estoy encerrado a cal y canto, fuera de todo alcance/Solía importarme, pero las cosas han cambiado», canta Bob Dylan en Things have changed. El desamparo es igual que una ola: horada la costa minando la orilla con la misma dedicación de un heresiarca. Cada mañana nos despertamos con el parte de calamidades y los nuevos caídos en esta guerra imposible contra un enemigo invisible, microscópico, que nos ataca porque una vez nos dimos la mano o nos besamos. Si la fortuna no te acompaña, puedes terminar atrapado en una cama de hospital, donde quien tiene que salvarte tiene exactamente los mismos ojos de espanto que tú. La Marisma se ha convertido en una ciénaga. Ninguna de nuestras sagradas instituciones -y tenemos hasta cuatro niveles distintos- está siendo capaz no ya de anticiparse a esta pandemia asesina, sino de garantizar a los soldados -que son los profesionales sanitarios- un escudo para no fenecer en el frente.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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