Marcello Mastroianni, el actor-fetiche de Fellini, hizo al final de su vida esta descarnada reflexión sobre el crepúsculo de la existencia: “La vejez no tiene nada que ver con la melancolía. A los viejos se los deja aparte. No son premiados. Envejecer es como una condena sin derecho a recurso”. Sabía de lo que hablaba. El último papel de su carrera artística fue un personaje creado por Furio Bordon, el dramaturgo italiano, en Las últimas lunas: un viejo charlatán que prepara su maleta de viaje –el último– antes de ser confinado en un geriátrico, donde sabe que morirá solo. En su drama íntimo están condensados los sentimientos de quien espera el desenlace de todos los destinos que en el mundo han sido y serán, amparado únicamente en la muleta intelectual de la resignación irónica. Nada de furia, sólo amargura. El personaje asume sus cartas en el cruel juego del adiós: descubre que nadie puede morir como un héroe porque la muerte es una estación contra la que no cabe la rebelión. Sólo la aceptación y, acaso, el sarcasmo. Como escribió el poeta Javier Salvago, “una mala vida la tiene cualquiera”. Lo difícil es tener la inmensa fortuna de vivir una buena muerte.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
Deja una respuesta