Cuentan los edecanes del Quirinale que en San Telmo han aparecido copas rotas y cristales quebrados en los espejos con cornucopias, que es donde el poder, que siempre es pasajero, por mucho que se crea eterno, se contempla ensimismado mientras suena una melodía austrohúngara con aire de tango. La reconquista está en marcha. El salvoconducto es: «Que vaya donde tenga que ir y haga lo que tenga que hacer». Las estrellas lo auguraban, los profetas lo predijeron y la hora ha llegado. Va a ser así, va a ser aquí y va a ser ahora. El ungido por la fortuna acaba de nombrar embajador en la República Indígena a un virrey –Celis, el profesional– cuyo ascenso a más de uno (y de dos) le ha hecho dar un mordisco a la mesita de caoba que tiene en el despacho oficial: «¡Maldición, habíamos dicho que queríamos a alguien neutral!». Niente. Queda inaugurada la amable reanudación de las hostilidades.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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