La política posmoderna exige lidiar con un abundante caudal de contradicciones. Propias y ajenas. Hay que navegar en un océano donde todos los días se levanta una tempestad. Nadie espera de ningún gobernante el ejercicio del disciplinado arte de la coherencia, pero el grado de verosimilitud de cualquier relato público fabricado para conquistar –o conservar– el poder, eso que los politólogos llaman la narración, requiere talento –además de mucha cintura– para disimular al realizar un escorzo o desdecirse sin autolesionarse. No es, desde luego, el caso del PSOE en Andalucía, situado en uno de los frentes de la batalla del 28M, preludio de las generales de finales de 2023. Los socialistas meridionales, a los que las encuestas no sonríen y los sondeos sitúan en una posición menguante ante el trance de las municipales, llevan algo más de cuatro años, desde que a finales de 2018 perdieron la Junta, intentando articular una estrategia de oposición que les permita regresar al Quirinale de San Telmo o, en su defecto, convertirse en alternativa al andalucismo (tibio) de Moreno Bonilla. Ni modo. No han conseguido ninguna de ambas cosas.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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