Es costumbre atribuir a Aristóteles la frase que dice que el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios. En la República Indígena, reino de la doblez, tenemos una variante: los susánidas y los escabechistas, la misma cosa con máscaras diferentes, son esclavos de sus mentiras y señores de sus olvidos. No hay día sin un episodio que nos confirme esta máxima. Lo asombroso no es que ambas tribus políticas simulen una coherencia que no practican, sino que lo hagan poniendo carita de buenas personas. Tras la jubilosa exhumación de Franco, Su Peronísima (destronada) y la corte de San Vicente organizaron -aprovechando la visita del ministro Ábalos a Sevilla- una lacrimosa ante las murallas de la Macarena para decirnos que, consumada la expulsión del dictador de Cuelgamuros, el próximo debería ser Queipo de Llano, el militar genocida que reposa, con la connivencia de la Iglesia y la Hermandad de la Macarena, en la basílica de la virgen más reverenciada del orbe cristiano. ¡A buenas horas!
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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