La turra amenazaba con ser de categoría. Y, en efecto, así fue. La fiesta del 28F, edición cuadragésima, tuvo algo de chirigota del Selu: «Si me pongo pesao me lo dices, Juan(ma)». Un quinario. Una indigestión de algodón de azúcar. El régimen -que se dice nuevo, pero que está formado por los de siempre, aunque con los papeles intercambiados- se encarnó primero en el Maestranza y después confraternizó en los jardines del Quirinale bajo un envidiable sol primaveral que aconsejaba salir corriendo en busca de la vida auténtica. Al pueblo andaluz, ese unicornio verde, no lo vimos por ningún lado. El único sitio donde encontramos una banderita de la Marisma fue en una pastelería. Mal augurio si se pretende volver a sacar a la gente en la calle. A dos kilómetros del Maestranza ya no podías caminar sin ser interceptado por policías con metralleta. Si eras pueblo, de ahí no pasabas. Se suponía que se celebraba una gesta colectiva, pero allí sólo estaban los que viven de Andalucía.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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