Los grandes mitos tienen orígenes plebeyos. En 1908, un año antes de proclamar ante el mundo el comienzo de la época artística de la máquina –“un automóvil rugiente es más bello que la Victoria de Samotracia”– Filippo Tommaso Marinetti, poeta fascista, tuvo un accidente de tráfico con su Issota Fraschini al tratar de evitar a dos ciclistas. De aquel vulgar episodio nació el primer manifiesto futurista, inequívocamente italiano pero publicado (en francés) por el diario Le Figaro, donde el jefe de escuadrón de Mussolini, desenfadado y terrible, cantaba en primera persona del plural la hermosura de “las locomotoras de pecho amplio, que patalean sobre los rieles como enormes caballos de acero embridados con tubos”. La metáfora del progreso inmediato quedaba así encarnada en un artefacto de acero en movimiento: el tren.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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