A Juan Espadas, el actual, se le está poniendo más cara de alcalde pastelero cada día que pasa. No lo decimos con ánimo despectivo -que Dios nos libre de semejante tentación-, sino como fieles notarios de la cruda realidad. Nada más. La cosa no es nueva. Viene de lejos. Pero últimamente, agotado el esfuerzo que exigía el disimulo, está cobrando una intensidad preocupante. No hay asunto público en el que nuestro ilustre regidor, al que profesamos el mayor de los afectos, porque nos hizo el favor (a todos) de convertir a Zoido en pretérito, no cometa serios excesos con el azúcar. De entrada no parece un vicio demasiado grave, pero el abuso de las sustancias edulcoradas es un hábito pésimo para la salud (política).
La Noria del miércoles en El Mundo.
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