En literatura existen dos géneros: la ficción y su negación. La fábula y su antítesis. La mentira y su opuesto. En política sucede otro tanto: o se tiene el poder o se carece de él. No hay más. Como sucede en el curso de la vida, ambos conceptos no se presentan –ni en un libro ni en la existencia– de forma pura. Suelen entreverarse, confundirse y mezclarse. La ficción está basada en una convención entre el autor y el lector que exige la suspensión de la incredulidad: el primero narra mentiras que el segundo acepta interpretar como si fueran verdades. En la no ficción acontece a la inversa: ambas partes otorgan certeza factual al relato. La fe poética, según Coleridge, exige grandes dosis de credulidad. Las creencias políticas, sin embargo, conviene apoyarlas en hechos auténticos, con independencia de su moralidad, como enseña Maquiavelo. En Andalucía la situación política ha comenzado esta semana a discurrir por un sendero intermedio entre ambas orillas: una ambigüedad que puede dar lugar a un adelanto electoral que, de momento, niegan los afectados, incluido el presidente de la Junta. Moreno Bonilla se parece un personaje de Torrente Ballester.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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