En Sevilla, que es una ciudad donde algunos hablan, y hasta escriben, con los ripios mojados de un pregón perpetuo, no es fácil encontrar a alguien capaz de expresarse con la libertad de las analogías, que básicamente permiten conectar cosas distintas gracias a una lejana similitud subjetiva. Jakobson, el lingüista ruso, lo expresó, estudiando el mecanismo retórico de la métafora, con una frase insuperable: la magia por contacto. Eso es lo que el cronista siente cuando camina, cual flâneur impertinente, por las ciudades del hombre, que es un título que le tomamos prestado al amigo Antonio Rivero Taravillo, que además de poeta cierto, novelista recurrente y traductor mayúsculo, es el abate (secreto) de la Santa Hermandad de Nuestra Señora de Mary Reyes, cuya collación (secular) radica en la calle de Sevilla con el nombre más hermoso que existe: Habana, esa joya (sentimentalmente recuperada) de ultramar.
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