La literatura del costumbrismo sevillano es una insufrible endecha a la estampa perdida. Un canto triste a la ausencia de lo pintoresco. Un monumento consagrado a la fuga de un tiempo que jamás existió. Pregones con ripios, reflexiones solemnes, cantos a la nostalgia colectiva, novelas históricas y muchos versos (malos) nos han legado un patrimonio sentimental -que no es exactamente lo mismo que sensible- aderezado con montañas de azúcar, nazarenos de caramelo, torrijas y la prosopopeya de quien tiene poco que decir o dice siempre lo mismo. Esta literatura menor, también llamada de temas sevillanos, según la terminología de las baldas de la Casa del Libro, proyecta una idea de ciudad impasible, estática y cerrada.
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