El calendario oficial de cualquier ciudad -en nuestro caso es Sevilla, pero también podría ser Londres, Tokio o Estambul- está condicionado por el carácter de su vida pública, ese folio en blanco donde alguien, mucho antes de que nosotros viéramos por vez primera la dudosa luz del día, condensó, con la pretensión de ordenarlos y convertirlos en ciclos eternos, los hábitos de sus clases dirigentes. Cada civilización tiene sus propias preferencias y obsesiones rituales: la plebe y los patricios de Roma acudían -por separado- al Circo Máximo, en Atenas los filósofos y los mendigos discutían juntos en el Ágora; en Fez los ayatolás rezan en el interior de las mezquitas milenarias y en la Roma del lejanísimo Renacimiento los príncipes de la Iglesia cantaban misa desde altares barrocos mientras en las calles, hechas con guijarros, igual que en Sevilla, los ajustes de cuentas solían resolverse a navajazos, cerca de un barro que, antes o después, ensuciaba los hermosos paños de terciopelo con su reverso negro.
La Noria del miércoles en elmundo.es
Deja una respuesta