La gran debilidad de la democracia indígena, que tiene en la Marisma uno de sus más ilustres pozos negros, no está ni en la Corona ni en el lamentable funcionamiento institucional. Reside en las asociaciones (de intereses) que todavía llamamos partidos, entidades privadas con una inaudita relevancia pública, al tener asignada por la Constitución -que aquí no lee casi nadie- funciones de «relevancia política primaria». Lo de «primaria» es bien cierto: nuestros partidos no son organizaciones democráticas -salvo que se crea en la democracia orgánica, tan cultivada por el franquismo- sino una suerte de castas familiares que, movidas por los instintos más bajos e inmediatos, cada cierto tiempo confrontan para designar a sus caudillos. Igual que el Papa, aspiran a nombrar al cuerpo electoral que los designa.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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