Abril es el mes del calendario dedicado a las fiestas en honor de la sagrada primavera. Como suele ocurrir con todas las festividades oficiales sancionadas con el sello del clero, el pretérito histórico de estos eventos es mucho más carnal que espiritual. En Sevilla empezamos a desmontar la ciudad efímera de lonas que es la Feria de Abril, el invento de un industrial catalán afincado en el Mediodía –Narciso Bonaplata y Curiol– y un empresario vasco –José María Ybarra Gutiérrez de Caviedes– cuyas estirpes, multiplicadas durante un siglo largo, aún soportamos entre la insigne laya de los prohombres andaluces. Más que organizar unas nuevas carnestolendas tras la cuaresma, lo que perseguían –y consiguieron– estos dos próceres decimonónicos era consumar un negocio particular –vender ganado– gracias a un certamen sufragado con fondos municipales. Una ilustre tradición española: los costes del lance empresarial los pagamos todos; los beneficios se lo apropian ellos, los dueños de la estampa.
Los Aguafuertes del lunes en Crónica Global.
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