La gran diferencia entre el periodismo excelente y el mediocre, casi siempre, es una cuestión de trascendencia. El primero es capaz de relatar los hechos sustanciales de las cosas a partir de sus causas, sus circunstancias y sus consecuencias; el segundo, en cambio, es aquel que tiende a ponerse estupendo, lanza tesis sin sustento y convierte el acto de ir a un sitio para contarlo en una narración onanista donde quien narra es mucho más importante que lo que se cuenta. Todos los periodistas tenemos ego, pero el oficio nos ha enseñado a disimularlo, al contrario que los poetas, a los que su yo los precede y, en muchos casos, los agota demasiado pronto. En el libro (ejemplar) que el periodista norteamericano Jon Lee Anderson(Long Beach, 1957) ha publicado este año con una selección de sus crónicas sobre América Latina durante la última década –Los años de la espiral (Sexto Piso)– hay piezas maestras del arte del relato de no ficción, perfiles eternos de estatuas de carne y hueso, retratos de jerarcas, caudillos y malandros y, por supuesto, grandes historias sobre las verdades de la Política (en mayúscula) que afortunadamente no parecen ser tales.
Las Disidencias en #LetraGlobal.
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