Mario Bunge, gloria del realismo científico y devoto de la filosofía exacta, un sabio capaz de clasificar en sesenta y dos todas las combinaciones posibles de ese demonio terrestre que es el nacionalismo, definió de una vez -y para siempre- la política de su país con estas palabras: «No hay ideas, no hay programa, no hay gente inteligente. Los gobernantes son aventureros y aficionados a la política». No se puede decir con menos palabras: diletantes. Bunge hablaba de la Argentina, pero por aquello que escribió Borges -«la muerte de un solo hombre es también la muerte de toda la humanidad»- su diagnóstico adquiere, gracias a su exactitud, la inefable condición de universal. Las excepciones a esta norma son auténticos prodigios. Que un político tenga criterio (en vez de conveniencia) resulta una rareza. Que piense en el interés general antes que en su provecho, sin duda, entra dentro de la categoría de milagro.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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