Una reconquista a la inversa. De Sur a Norte. Justo al contrario que don Pelayo, el primitivo caudillo astur que, según las crónicas antiguas, detuvo en Covadonga el avance musulmán en la Península e inició la recristianización de Hispania. Las elecciones del 10N han invertido el relato de la gesta histórica que los dirigentes de Vox, fieles a su caricatura, vienen utilizando con excesiva frecuencia desde hace más de un año, tras su particular puesta de largo en Vistalegre. El partido de Santiago Abascal carecía la primera vez que se presentó a unos comicios en Andalucía, en 2015, de estructura, relevancia y candidaturas. Eran cuatro gatos. Abascal daba mítines –altavoz en mano– con un par de ayudantes subido a uno de los bancos de la Puerta de Jerez de Sevilla, como si fuera un predicador callejero. No tenía auditorio, pero proclamaba un dogma apocalíptico: “Hay que salvar a España”. Cuatro años más tarde los ultramontanos –fundamentalistas católicos, tradicionalistas, populistas, indudablemente nacionalistas– se han convertido tras la repetición de las generales en la segunda fuerza política del Sur (y tercera de España). Precipitaron el fin de los cuarenta años de gobiernos socialistas, condicionan desde entonces la mayoría del cambio que encarnan PP y Cs (y que no es tal) y la lógica del parlamento regional depende de su criterio. Un éxito vertiginoso.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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