Para un hombre de mundo es muy exótico volver a casa. Las cosas siguen igual, o peor, pero la lejanía circunstancial hace que mejore la óptica. La distancia aclara la mirada y confirma creencias, como la imposibilidad de que Sevilla se convierta algún día en una ciudad normal. Nos iría mejor a todos. La Noria, que es nuestra particular rueda de la fortuna, vuelve a girar. Su motor es el viejo espíritu goliardesco de llevar la contraria. A ser posible, con argumentos. Y, si el talento ayuda, sin ponernos estupendos, porque ni somos pregoneros ni nos provocan los atriles. Las voces campanudas nos dan alergia. Y la grandilocuencia del costumbrismo sevillano -especialmente su concepto de guasa– nos espanta. Vade retro, Satanás.
La Noria del sábado en El Mundo.
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