Al parecer, estamos en guerra. Una guerra que nadie ha declarado, por supuesto. No importa. Las cruzadas -lo enseña la historia- no necesitan causas ciertas. Basta el deseo de notoriedad, la mala sangre, el borreguismo, el interés y el oportunismo recurrente de unos políticos que, lo mismo que se escondían durante las primeras horas de desconcierto, tras constatar que la cosa afortunadamente se quedaba en un susto colectivo, han condenado antes que los jueces a los acusados por los alborotos, prescindiendo de cualquier habeas corpus y reclamando, como el alcalde, castigos «ejemplarizantes». Pura retórica de conveniencia.
La Noria del miércoles en El Mundo.
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