Desde épocas inmemoriales -desde el inicio del tiempo, de hecho- sabemos que nuestro destino es pasar, algunos haciendo camino, como escribiera el poeta, y otros plantados siempre en el mismo sitio, una costumbre que en la Marisma ayuda a los aldeanos a pontificar con una suficiencia asombrosa, equiparable únicamente a la de aquellos que se dicen maestros sin haber pisado nunca un lugar distinto. Costumbres indígenas, desde luego. Van a perdonar que hoy nos pongamos estupendamente lúgubres, pero es que las cosas, lejos de mejorar, empeoran. En lo sanitario y en lo social. De lo económico, ni hablamos: descontados los bares y los hoteles, podemos decir que la economía en la República Indígena no existe, por mucho que los analistas (de guardia) nos den la chapa con las exportaciones, el valor añadido and all these stuff. Si tuviéramos más empresarios (de verdad) en lugar de economistas que fabrican anuarios (pensionados, por supuesto) nos iría mejor. Por desgracia, no es el caso.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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