Molière, padre de la Comédie Française y autor de excelentes farsas sobre la hipocresía social, cuya misión en la vida era hacer reír a la gente honrada, decía que los hombres son muy parecidos a la hora de hacer promesas. «Lo que los diferencia son sus acciones». En el caso del Reverendísimo sucede lo contrario: sus compromisos (incumplidos) son antológicos mientras que sus obras han ido mimetizándose con el medio hasta hacerse indistinguibles de las de sus antecesores. Los socialistas indígenas cultivaban una costumbre muy fea que consistía en apropiarse (sin pedir permiso) del talento ajeno, como si la virtud, en vez de ser individual, brotase de la placenta comunal de la tribu. La cosa podría formularse así: si tienes éxito y eres andaluz, eso significa que su trabajo es de todos porque es mérito de «esta Tierra». Se trata de una teoría estúpida, incluso infantil, pero, sin duda, facilita mucho a nuestros próceres la habitual impostura de presumir de cosas que ellos no han hecho.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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