El servilismo es un sistema estupendo para hacer amigos. Siempre y cuando uno acepte de antemano que aquellos que se dedican al business del cariño (previo pago) son simpáticos interesados. Terencio, que fue un comediógrafo romano, decía que no hay nada que convierta en más popular -léase populista- a alguien que el arte de dar (el dinero ajeno) sin freno. La verdad, en cambio, está más sola que la una. Sus soldados no tienen ni familia ni amigos. Lo decimos porque nos cuentan algunas lenguas susánidas -especialmente las viperinas- que Su Peronísima se llevó un gran disgusto al ver cómo algunos de sus preferidos en la corte del Quirinale la sondeaban por si consideraba un problema que acudieran con diplomacia (distante) a hacerle los honores al sanchismo, que pidió ayuda a todas las unidades fenicias disponibles para su última incursión en la República Indígena. Enterada de la intención, la Querida Presidenta simuló la cortesía propia de los anfitriones pero, fiel a su estilo, a continuación hizo saber que semejante consulta es equiparable a una traición.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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