Julio Cortázar escribió en El Perseguidor, su mejor cuento, que «las cosas verdaderamente difíciles son las que la gente corriente hace a cada momento». Todos somos héroes sin llegar a sospecharlo. Aunque en Sevilla a ciertas personas se les reconoce tal condición (supuesta) mientras que a otras se les niega con una obstinación peronista. No sé si ustedes se han fijado, estimados indígenas, pero en esta ciudad el reparto de galardones, estatuillas, homenajes y medallas dibuja siempre un circuito cerrado. Para algunos es la metáfora mayor de eso que llaman «la sociedad sevillana», que consiste en pertenecer a un determinado círculo. Ser de un clan. Estar dentro en vez de fuera. Saltar la raya que diferencia los intramuros de los extramuros mentales de nuestros ayatolás, que estos días celebran las fiestas de la Inmaculada y disfrutan con los trinos de las tunas universitarias, cuyos miembros carecen en su mayoría de las frondosas cabelleras que se les presupone a los amantes de la vida bohemia y disoluta.
Los premios según Sevilla
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