En el maravilloso paraíso del Reverendísimo, que sigue siendo la misma Marisma de siempre, cuando vas a visitar a tu médico de cabecera –por cuyos servicios pagas a la Seguridad Social todos los meses–, si te toca un facultativo suplente (cosa frecuente), puedes encontrarte ante la sorpresa de que cuando entres en la consulta (enmascarado por decreto ley) el galeno te diga que no puede hacer nada por ti –ni escucharte– porque él “no es tu médico, sino un facultativo suplente”. Así, como lo oyen, está sucediendo. Hay ambulatorios en los que algunos médicos han decidido por decisión gremial no atender a los pacientes sólo porque proceden de una bolsa adscrita a un compañero ausente o de baja. La Junta no cubre la vacante y el suplente te deja sin asistencia y te dice: “Venga a su médico otro día”. Aunque tu médico –por ley– sea él. La cosa no es nueva. Durante la cuarta oleada del Covid los administrativos de los ambulatorios –que son los que realmente están saturados, muchísimo más que los médicos– confesaban (en privado) que les prohibían dar citas presenciales porque el cuerpo soberano de príncipes galenos, es de suponer que votándolo en una asamblea, igual que en Fuente Ovejuna, había acordado cuántos pacientes estaban dispuestos a atender y cuáles debían quedarse sin asistencia, con independencia de sus patologías. Un triaje a capricho y arbitrario donde la comodidad del funcionario (o asimilado) pesa más que los problemas de la gente.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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