Los mitos antiguos instauran héroes. Las religiones crean santos. Y las autonomías, que son construcciones políticas de una generación que se inventó, con siglo y medio de retraso, que la modernidad consistía en regresar a la aldea, aprovecharon el hambre y la desgracia de generaciones para convertirse en el feudo de unas élites que, siguiendo a los románticos del siglo XIX, fundaron paisitos donde cada una de ellas podía fingir ser corte, monarquía o república, según conviniera. Es curioso que la Marisma, un territorio donde nada es estable, porque ni es tierra ni agua, sino mezcla de ambas cosas, insista en proyectar (ante un público en general ausente) un modelo de identidad finisecular en lugar de contemporáneo. Tiene explicación: la obstinación mimética y, en buena medida, la ausencia de creatividad propia.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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