El coronavirus se ha convertido en el parteluz absoluto de nuestro presente. Y probablemente también será el suceso más categórico del futuro inminente. La pandemia ha llegado para instalarse en nuestras vidas. No va a esfumarse. Perdurará de una forma u otra. Lo evidencia, en primer lugar, su notable letalidad. Y lo demuestra después el perdurable impacto que está teniendo en los ámbitos políticos, económicos y culturales. Paradójicamente, la elocuente capacidad destructiva de la Covid-19 contrasta con la falta de transparencia con la que las instituciones están gestionando esta crisis múltiple. Sucede especialmente en Andalucía.Las estadísticas oficiales, de momento, dibujan un panorama menos crítico del avance de la enfermedad en el Sur. El problema es que los datos públicos no responden a la situación real. La Junta de Andalucía, gobernada por PP y Cs, presume de que las UCI de sus hospitales no están al borde del colapso y reitera que tiene controlada la situación gracias a sendos planes de contingencia, pero lo cierto es que, debido a la decisión de no realizar pruebas del contagio, y al cambio de criterio en el cálculo de enfermos y muertos –que técnicamente ya no son homologables con los que ofrece el Gobierno central– las llamadas a la confianza de la administración autonómica se han convertido en materia de fe ante la ausencia de pruebas objetivas.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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