“Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres”, escribió Borges antes de acabar de recorrer (en Ginebra) el largo pasillo de galerías cuyas puertas cruzamos todos una sola vez en la vida, dada la imposibilidad de hacer retroceder el curso del tiempo. Seguramente Pedro Sánchez, tras las elecciones en Andalucía, al ensayar el debate sobre el estado de la Nación, fabularía con una regresión del calendario a ese momento (efímero) que llamamos la cima. Unos, siguiendo a Lope de Vega –“quien la probó, lo sabe”–, dicen que es un proscenio privilegiado. Otros, en cambio, la dibujan como un lugar vacío. De lo que no cabe duda es de que el lugar tiene algo de imán: quien habita la cúspide no desea abandonarla nunca, aunque cuando la ocupa no siempre sea capaz de identificarla. El poder es una atmósfera. O, por decirlo a la manera de Walter Benjamin, una suerte de aura. El presidente del Gobierno pelea ahora por no perder la suya –de ahí el último viraje (virtual) a la izquierda del signore de la Moncloa–, pero no está muy claro que este hecho no haya sucedido ya, tras las autonómicas del Sur, gran preludio de la general batalla de este invierno.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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