El dinero, que es un valor relativo y apátrida, es la mejor metáfora de la vida. Si sigues su rastro encuentras explicación a todas las cosas. Incluso a la política, que desde la socialdemocracia -ese paraíso pervertido por sus evangelistas– se nos presenta como el arte de la redistribución de las rentas, siendo en realidad una singular forma de legalizar el afano. Anda el país escandalizado con el cambio de criterio del Tribunal Supremo sobre el impuesto de las hipotecas, un sainete con puñetas (judiciales), en las vísperas de la campaña electoral y han bastado unas horas para que nuestros próceres –all of them– pusieran carita de niños de primera comunión y prometieran -su trabajo consiste en garantizar el trigo que nunca reparten (salvo a los pesebristas, que son una cofradía ecuménica: les da igual si rojos, azules, naranjas o violetas)- que harán lo imposible para que esta estafa cósmica no se repita. En la Marisma los afectados por el trile del Supremo se cifran en 300.000 personas. Muchas votarán el 2D. Así que los candidatos intentan alimentar la vana ilusión de los falsos remedios.
Las Crónicas Indígenas del sábado en El Mundo.
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