La Biblia pronostica que el mundo va a terminarse. Las épocas de calamidades, según la literatura apocalíptica, vienen precedidas de extraños augurios naturales. Una sequía. Un temblor. Hambruna. La peste, dice Camus, emerge cuando las cofradías de ratas comienzan a morir en grupo con una flor de sangre en el hocico. Sevilla, a una temperatura que no baja de los cuarenta grados, parece en vísperas de estas elecciones una estación del infierno. Andalucía es como Orán (sin gas): el sol abrasa en las calles –sin árboles, ni agua; sin sombra– y dibuja los muros de las viviendas con una luz de ceniza. Se sobrevive con las persianas cerradas y el milagro del aire acondicionado, encarecido por el coste de la energía. La Ciudad Eterna procesionó ayer con el Corpus. En el interior de la Catedral danzaban los Seises. La ola de calor extermina a los vencejos –las falsas golondrinas líricas de Bécquer–, cuyas crías caen al vacío desde sus refugios de rama. Negrísima señal. Sobre todo para Mr. Concordia (Moreno Bonilla), que intenta no convertirse en uno de estos pájaros desarbolados que, en vez de huir tras la primavera, resisten el inhumano verano en Sevilla hasta septiembre, antes de regresar, gracias a una memoria prodigiosa, al mismo nido del año anterior.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
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