La noche antes del discurso de investidura del Reverendísimo, terciopelo humilde para una absolutísima rotunda, más de un centenar de personas esperaban en los servicios de Urgencias del Hospital Virgen del Rocío a que alguien –un ánima caritativa– les atendiera. Dado este contexto, que es el de la Marisma troppo vero, no cabe compartir, salvo desde la sugestión, el recibimiento triunfal con el que la república oficial ha dado a bienvenida al Gran Laurel del 19J. Ya lo dijo Borges: “Los peronistas son peronistas porque les pagan por ser peronistas”. No hay más secreto: los morenistas, devotos cuyo votos de fe no tienen más de tres años, lo son porque reciben o esperan hacerlo. Ninguna porfía es más duradera que el propio interés. Esta investidura –consummatum est– careció de un momento Gólgota, pero abusó bastante de la amplificación con ritornello, del mismo modo que la oposición, que no es leal, sino fenicia, critica de oficio la falta de concreción –sin presupuestos, sin fechas– de todas las promesas de Il Presidentino, que durante el próximo año, más que gobernar, debe ejercer como profético embajador del genovés Feijóo. No es, ni de lejos, lo mismo que ser un califa. Se entiende, ¿verdad? Ninguna bajada de impuestos tiene verdadero efecto sobre las economías familiares –más allá de lo gestual– si no va acompañada de una reducción notable del gasto autonómico que no sea social. De esto el Reverendísimo huyó en su discurso como del diablo. ¿Por qué?
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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