Era de esperar. En un país donde no nos ponemos de acuerdo ni para contar los muertos de la desgracia que nos rodea hubiera sido un milagro colosal que, tras 54 días de encierro, y recién iniciado el régimen abierto en el que todos vamos a vivir a partir de ahora, se firmase un acuerdo entre los virreinatos autonómicos para financiar el quebranto sanitario, social y económico del coronavirus. Pongamos que hablamos de España, incapaz de detener la última plaga bíblica, con 25.613 fallecidos -según las últimas cifras oficiales-, entre ellos una legión de ancianos cuyo cuidado fue confiado a empresas privadas con escasísimos escrúpulos. Hasta hace días, el gobierno de las derechas (reunidas) de la Marisma presumía, sin respetar las reglas del decoro, ni mostrar excesivo respeto hacia las víctimas, de haber manejado la pandemia de forma ejemplar.
Las Crónica Indígenas en El Mundo.
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