En política los espacios vacíos se ocupan. Siempre. Nuestra vida pública es un monumento al horror vacui. Igual que una pared colmada de cuadros o una taberna cofrade donde las fotos de los Cristos y las Vírgenes (bajo palio) alcanzan el techo. La plaza (pensionada) de líder de la santa oposición en la Marisma estaba vacante desde el 2D. Oficialmente correspondía (temporalmente) a Su Peronísima (marchita), pero en realidad se encontraba sin ocupar. No había nadie al otro lado. Se vio en el debate de los presupuestos de las derechas: el escaño de la general (secretaria) del PSOE, perdido el trono del Quirinale (San Telmo), era ido, ausente, nada. Hasta que la Querida (ex)presidenta, asumido el luto por la gran pérdida de Alhama –repárese, sobre todo los antropólogos, en el bello símil andalusí– decidió que había que ir a besar el anillo a Moncloa, celebrose un armisticio (coyuntural), se toleró el statu quo en las diputaciones de Sevilla y Cádiz –cuyo precio fue el cambio de acera de sus titulares, que rindieron armas– y alguien insinuó, entre un fondo de violines melancólicos, que cabía la posibilidad de dar un paso al lado (a medio plazo) si se le buscaba una salida personal.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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