En las conmemoraciones comunales, que son rituales propios de sociedades cerradas que se celebran a sí mismas en vez de rendir homenaje a las estaciones (cambiantes) de la verdadera existencia, que es la vida real, casi siempre se reserva un instante pretendidamente solemne entre los himnos, las altas apelaciones al orgullo por ese mérito (imposible) que es el lugar de nacimiento y el sentimentalismo tribal para reivindicar “el prestigio y la moral” de “los representantes del pueblo”. Lo hizo, hace ahora cuarenta años, el primer presidente del Parlamento indígena, Ojeda (Antonius), y lo recordó ayer, en el acto institucional que conmemoraba ese mismo día, el mestre Aguirre, el Gran Simpaticón del Escabechismo. La analogía oratoria –mismas palabras, distintos actores– tiene un peligro indudable: ¿todos los políticos que presumen de moral son honorables?
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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