G.K. Chesterton, que como escritor es una bendición para los sentidos dada su extraordinaria capacidad para hacer fuegos artificiales gracias al talento del ingenio, decía que la Navidad, materia procelosa sobre la que escribió un ensayo y a la todos los años dedicaba columnas en los semanarios y los periódicos británicos, es una fiesta construida sobre una paradoja: el nacimiento de alguien que carece de hogar se celebra en todas las casas del mundo occidental. En su autobiografía confiesa además que, en su caso, su profesión de fe en la Natividad antecedió incluso a su conversión. Chesterton amaba los belenes con la misma devoción que las parábolas. Profesaba una teología sincera basada en el hecho de agradecer el raro milagro de vivir cada día. El mundo perfectamente podía no existir. Y, sin embargo, existe.
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