Hubo un tiempo, relativamente cercano, en el que parte de los españoles, sobre todo aquellos que cuarenta años después continúan sin considerarse tales, evitaban a toda costa pronunciar la palabra España. Se trataba, por supuesto, de un acto de rebeldía íntima. Probablemente también era la consecuencia (ambiental) de eso que los alemanes llaman zeitgeist, el espíritu de un tiempo. La explicación, sin dejar de ser política, es básicamente histórica: el franquismo se apropió durante cuatro décadas del nombre de un país que conquistó mediante las armas y el exterminio –literal y figurado– de todos aquellos que no pensaban como su caudillo. No es extraño que se produjera una cierta reacción alérgica: cuando una palabra está cargada de sentido (en este caso, negativo) los hablantes terminan sustituyéndola por una alternativa o, en su defecto, por el eufemismo de ocasión. El nacimiento de las autonomías está relacionado con esta forma indirecta de enunciación moral.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.
Deja una respuesta