El optimismo de nuestros políticos es tal que, dados los oscuros tiempos que vivimos, puede terminar siendo mortal. Literalmente. Uno se pregunta los motivos por los que hace algo más de un mes escaso levantaron el confinamiento sin que hubiera avance alguno en el frente sanitario y no encuentra otra razón, porque no existe, más que el interés económico, que no es exactamente lo mismo que el interés general. En caso contrario, no se comprende que llamen nueva normalidad a la inconsciencia institucional, para la que la hacienda vale más que la vida. El incremento de los rebrotes, que multiplican los contagios exponencialmente, no es que fuera una hipótesis. Es que era una certeza y, ahora, una desgracia capital. ¿Se podía haber hecho mejor? Indudablemente. El problema es que, igual que en el juego de la mosqueta -¿dónde está la bolita?-, nuestros gobernantes han pasado de ser unos perfectos irresponsables -minimizaron el riesgo del coronavirus y no calibraron la factura social que arrastraría- a transferirnos a los ciudadanos toda la responsabilidad que ellos jamás tuvieron.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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