“Creemos ser país / y la verdad es que somos apenas paisaje”. Este verso de Nicanor Parra, el poeta chileno, resume bien la ambivalencia de sensaciones a las que pone término este crepúsculo de 2022, que pasará a los anales (menores) de la Marisma como un año singular donde distintos pretéritos sucesivos, que parecían clausurados, vuelven a conjugarse como hechos persistentes. Es sabido: el pasado únicamente es una dimensión del presente. La clave de bóveda necesaria para comprender, si dejamos al margen la propaganda, lo que nos sucede. En los últimos doce meses ha emergido, desde un rincón perdido de la memoria, el devastador fantasma de la inflación, un fenómeno que explica el cambio ambiental que durante este año produjo, entre otras cosas, la consolidación de un cambio (sin cambio) que los hechos sancionan como continuidad, pero no como alternancia. El encarecimiento general de los precios sucedió como principal quebranto social al Covid, estabilizado gracias al milagro de las vacunas, aunque en el imaginario colectivo tienda a considerarse ya agua pasada.
Las Crónicas Indígenas en El Mundo.
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