El símil lo refiere Gustavo Bueno, el último escolástico impertinente del pensamiento español, disciplina en la que nunca hemos estado sobrados de referentes, a cuenta de Rockefeller, el magnate norteamericano, que decía que para hacerse rico y triunfar en la vida –en modo materialista– es preciso cumplir dos condiciones. Primera: saber hacer las cosas. Segunda: hacerlas. En la simpleza del razonamiento reside su encanto. El hombre contemporáneo piensa que la ciencia es capaz de arreglarlo todo. Lo único que tiene de cierto esta creencia es que, en algún momento, alguien realmente descubrió cómo hacer una cosa con perfección y, huyendo del miedo y la prudencia, probablemente en contra del criterio general, la hizo. A continuación, transmitió su experiencia a un semejante. En el origen de este proceso –que es una combinación de intuición y raciocinio– siempre habita una pregunta. Un interrogante que no presupone ninguna respuesta, sino que la busca. Esto, y no otra cosa, es la Filosofía, ese saber –dicen que inútil– que el Gobierno ha decidido relegar en el nuevo currículo académico de la educación obligatoria, al considerarlo un saber prescindible, secundario y vetusto cuya difusión puede ser decidida por las autonomías.
Los Aguafuertes en Crónica Global.
Deja una respuesta