“Sevilla no tiene montaña. Ella es la cumbre de sí misma, la cima ideal, el baluarte supremo”. Ocho años antes de que Alfonso XIII inaugurase la Exposición Iberoamericana en la capital de Andalucía, Manuel Chaves Nogales, entonces un periodista debutante con menos de 25 años, publicaba en La Ciudad –su primer libro– este superlativo elogio de su urbe natal por el procedimiento –infalible– de darle la vuelta a una carencia: la ausencia de un referente geográfico de altura. La frase parece haber sido dictada por un ingenuo orgullo patriótico, pero también puede interpretarse en clave irónica. En un sitio donde casi no existe el invierno –“sabedlo, en Sevilla no se envejece”–, en el que se denomina cuesta a cualquier calle que ascienda unos pocos metros sobre el nivel del río, donde a las ancianas todavía se les llama niñas y en la que la lluvia, como escribió Borges en un verso colosal, es un hecho que sin duda sucede en el pasado, la cumbre no está arriba, sino encastrada a ras de tierra.
Los Cuadernos del Sur en La Vanguardia.